viernes, 4 de septiembre de 2015

Dime, Saúl, cómo llegar…

Dicen que la vida pasa en momentos y hoy llegaron recuerdos gratos de mayo del 2011.  En Rock 101 me pidieron mi reseña del concierto de Saúl Hernández en el Lunario para publicarla en su sitio web. Han pasado varios años y al releer mis palabras, me parecen hoy día un tanto frívolas, pero hay algo en ellas que me sigue agradando: mi pequeño toque de gracia. Con los años ha disminuido, pero siempre es bueno echar un ojo atrás para mirar de dónde vienes y los bordes de las línea que has trazado. 

Quiénes han tenido el gusto o disgusto de conocerme un poco saben que, a pesar de no ser experta, suelo esconderme tras la palabra escrita, aunque en los últimos tiempos no hubo mucho qué decir; puede que esta reseña parezca insignificante para el mundo exterior, mas, al igual que Saúl, me divertí de lo lindo, tanto en el concierto como escribiendo,  convirtiéndose en  una  grata experiencia para mis memorias de veterana. Rescaté mi texto de un viejo enlace (http://r101ck_mx.apache3.cloudsector.net/archivo/11794-dime-saul-como-llegar/), pues con los años y la página de r101ck renovada, hay reseñas que se encuentran al borde de la extinción. 
Por ello decidí colocarla aquí, antes que desaparezca.    

Dime, Saúl, cómo llegar…

Por: Morfina Montejo
Fotos: Fernando Aceves


El Lunario del Auditorio Nacional fue el punto de encuentro para muchos de aquellos que gustan de la presencia musical de Saúl Alfonso Hernández Estrada, quien mostraría una faceta novedosa, tras el reciente lanzamiento de Remando, primer material sonoro realizado como solista. Tras el lleno total, el músico no hizo esperar a su ferviente público, saliendo al escenario pasaditas las 21:00 hrs.
Antes de ir largo y tendido, es necesario ponerle pausa al asunto y hacerle remembranza a un previo señalamiento, puesto que, la cita estaba pactada de antemano con ciertas características: El señor Hernández, además de promocionar su nuevo disco, ejecutaría una tanda de covers como tributo a sus grandes influencias musicales, entre ellos se mencionaban desde Jaime López hasta Gustavo Cerati. Dicho lo anterior, una iba preparada mentalmente para presenciar algo distinto, creyendo fielmente que el buen Saúl dejaría en casa, o en cualquier otro sitio, el atuendo de Caifán Mayor y su piel de mítico “Jaguar”, para simplemente ser él, sin su circunstancia. En el transcurso de la noche se esclarecerían muchos misterios, algunos de ellos, no tan ocultos como los dioses.
Bien, querido lector, pongámosle play al asunto. El primer mal augurio de la noche surgió al observar que en la entrada estaban obsequiando hojas, las cuales, llevaban plasmada la letra de “Hallelujah”, original del poeta, músico y novelista canadiense Leonard Cohen (quien por cierto, recibió merecidamente el Premio Príncipe de Asturias de las letras 2011); mi temor fue reconocer que se pretendería, en algún momento de la presentación, dar un uso práctico a dichas hojas.
Habría querido llegar con 30 minutos de anticipación para elegir una mejor ubicación, sin embargo (y no me enorgullece decirlo), la puntualidad no ha sido mi fiel compañera los últimos días, pero sí de Saúl, al menos en esa noche. Al ingresar, el lugar se encontraba lleno y comenzaba a sonar “Molecular”, que no sólo es la canción con la que comienza su álbum y el sencillo que suena en la radio, sino también, con la que decide arrancar el concierto, seguida por “Bruja Caníbal”; en efecto, el primer zarpazo del jaguar fue muy tempranero, con él, venía hacia mi el segundo mal augurio de la noche: habrá más de ellos. No andaba tan errada.

¿Cómo decirlo? Resultó muy emotivo para el público corear las canciones de Jaguares, hasta cierto punto. Creo que fue una buena estrategia para aminorar la carga de escuchar todo (si, completito) su nuevo material; hay quienes dicen que de vez en cuando hay que recordar de dónde vienes, aunque se suponía que en este concierto no tendría que ser menester. La situación es que los temas de “Fin” (la única que disfruté), “Detrás de los cerros”, “Así como tú”, “Un mal sueño”, “Kalimán”, “Entre tus jardines” y “Las ratas no tienen alas”, fueron versiones un tanto extrañas al ser covereadas por él mismo. Bueno, pudo haber sido peor si hubiese tocado rolas de Caifanes. Afortunadamente, no fue así.



Aproximadamente habían pasado ya 45 minutos, intercalándose lo nuevo con lo viejo, cuando llegó un importante aviso: -la hora de rendir homenaje-. Saúl hizo alusión a sus años mozos y a las personas que le han inspirado para componer sus letras a lo largo de su trayectoria. El primero de la lista, Leonard Cohen; fue entonces cuando comprobé mi antiguo temor -no hay plazo que no se cumpla-, pues el señor Hernández preguntó por “las hojas que dieron en la entrada” e invitando a sus seguidores a cantar con él, se dispuso a interpretar “Hallelujah”. No lo sé de cierto, pero creo que a él también le dieron “hoja”, pues parecía que estaba leyendo la letra, incluso al final, sonriendo y bromeando, pide disculpas por su mala pronunciación; fue gracioso, no me sentía así desde que era niña y asistía involuntariamente a las posadas y a una que otra misa dominguera.
Siguiendo en el menester de los homenajes, el buen Saúl interpreta “La Maza” de Silvio Rodríguez, “Lucha de Gigantes” de Antonio Vega y, dentro del segundo set, “María de mis Alquimias” de Memo Briseño, que a mi parecer, fue de las cuatro, la versión más afortunada, pero en sí, todas dejaron mucho qué desear; salvo su mejor opinión, me atrevería a decir que no las tenía preparadas al 100%. El señor Hernández tiene la vieja costumbre de cambiar la letra de las canciones, sé que nadie es perfecto, pero si la intención es rendir un homenaje a alguien que admiras y respetas, se podría poner más empeño. Habría que dar gracias a los Dioses ocultos, por mera salud mental, de que ante las previas especulaciones, no se haya aventado rolas de Gustavo Cerati.
Posteriormente, continuaba la interacción del pasado con el presente, o dicho de otro modo, el Jaguar seguía Remando, despidiéndose una primera vez y saliendo al escenario una segunda, tras una marejada de aplausos y vociferaciones que aclamaban su presencia. Así, el Jaguar Mayor, se despedía de su raza con “Las Ratas no tienen Alas” y “Voy a beberme el Mar”, canción que también cierra su álbum y se presume, fue dedicada a Rita Guerrero. Al final, la melancolía de los acordes menores y disminuidos anunciaban un buen cierre, ante una reverencia del compositor y los tres jóvenes músicos que le acompañaban en el bajo, guitarra y batería, ante un público que no se cansaba de brindar muestras de afecto y admiración; el escenario quedó vacío tras el clásico –“¡Gracias raza, que Dios te bendiga!”- y toda esperanza de que el cantante volviera a salir, se vio extinta al encenderse las luces y la música de fondo del recinto. Pero el ritual no terminaba aún, pues faltaba realizar la adquisición de muestras fehacientes que comprobaran el haber estado ahí, que iban desde productos originales como CDs y T-shirts, hasta el típico souvenir apócrifo que se vende por fuera.
A groso modo, los misterios de la noche de disiparon, al igual que las expectativas de quien escribe, aún así, surgieron aspectos interesantes que mi mente masticaba de regreso a casa y que, si su tiempo lo permite, me gustaría comentar, entre ellos la respuesta de sus fieles seguidores, quienes aplaudían cada palabra y cada movimiento de su ídolo.
Cabe señalar que, Remando, salió a la venta el 29 de abril. A poco menos del mes, la mayor parte del público coreaba los temas, incluso había quienes cantaban apasionadamente, como si las conocieran de hace muchos años. Podría resultar aventurado asegurarlo, pero creo que hasta el propio Saúl Hernández se sorprendió.

No soy partidaria de los límites impuestos, pero sí de que los límites y las limitaciones para disfrutar de algo, los pone uno mismo; como espectador, puedo decir que no me convencí del todo, pero debo reconocer que el señor Hernández se divirtió de lo lindo en el escenario, le pone pasión a pesar de que existe cierto impedimento físico, que ha sido ya asimilado, sí, lo digo por su voz, que tras varias operaciones en las cuerdas vocales (mi buen amigo Antonio dice que son 40), no ha podido volver a tener la potencia y el color con el que se dio a conocer.

Incluso, aplaudo su buena intención de tratar de hacer un homenaje a sus compositores favoritos, aunque los resultados no hayan sido favorables para mí; habrá un 95% de las personas que asistieron que podrían opinar lo contrario. Creo que la entrega total que puede surgir hacia un ícono, sin cuestionar nada y por ende, perdonar todo de antemano, creyendo así que es la neta del planeta, puede llegar a ser contraproducente, tanto para el artista como para el público, pues impide crecer a ambos.
Puede que usted me vea un tanto apática con el buen Saúl, pero de hecho hay mucho que admiro de él. Quizá no de hoy, incluso no compraría su disco (a pesar de ser producido por el multipremiado Don Was), sin embargo, en algún momento de mi vida he disfrutado de su talento, estoy segura de que lo seguiré haciendo y habrá alguien más que lo haga; no es que viva del pasado, sino que hay situaciones que traspasan tiempo y espacio.
Existen muchos mitos alrededor de su figura, con bastante carga simbólica, un peso muy grande al parecer; diversas bandas por las que transitó y colaboró como Frac y Las Insólitas Imágenes de Aurora, por ejemplo, aún tienen muchas historias que contar. Lo que más añoro son esas letras incesantes de metáforas, de donde se podían exprimir los colores que adornaban la absurda realidad, todo eso, se encuentra en algún otro lugar, por ahora. Hoy no sabría dónde encontrarle, dime, Saúl, cómo llegar.



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