CASUALIDAD
(Mia Morph)
Ayer lo vi. Podría decir que
fue una jugarreta del destino para hacer alusión al romanticismo que llevo
dentro, pero que pocas veces saco a flote, por ello, prefiero pensar que en
realidad fue la casualidad quien se involucró en nuestro encuentro.
Nos cruzamos en la entrada de la catedral. Él me
reconoció primero y, aunque yo habría preferido no verlo más desde nuestro
estúpido adiós, admito que hubo algún instante en que tuve curiosidad por saber
qué habría sido de su vida. Sentí la necesidad de saludarlo afectuosamente. El
sentimiento fue mutuo, un abrazo y un beso en la mejilla fueron suficientes en
ese momento.
Aunque él iba de salida me acompañó a mirar los
retablos, nos sentamos un momento y luego, me invitó al café que solíamos
frecuentar. Recordé la última vez que estuvimos ahí, disfrutando aromas
exquisitos, canciones, libros, besos y charlas divertidas, rodeados por
personas a las cuales el tiempo les ha despojado de su figura; aunque he de ser
sincera, esta vez puse menor atención en los alrededores y fijé mis sentidos en
su persona, en la frescura de la fragancia que combina perfecto con su piel, su
cabello que ahora deja entrever el paso de los años, su sonrisa y las palabras
precisas para arrancarme una que otra carcajada. Su voz me seguía encantando,
en especial, el tono peculiar en que seguía llamándome “princesa”. Pude
distinguir a través de sus gafas una mirada cálida y sincera, posando su mano
izquierda en su barbilla mientras escuchaba mis palabras con atención.
Trajimos al pasado de vuelta y lo invitamos a pasar,
primero la charla seguida por los libros. Luego los besos, entonados no sólo
por bellas canciones, sino por el exquisito aroma que deleitaba nuestros
cuerpos. Nos dimos cuenta de que esta vez estábamos solos, éramos él y yo, aún
rodeados de personas sin voz y sin rostro.
Pensamos en lo que hubiese pasado si de todos los
caminos posibles hubiéramos elegido el mismo, para caminarlo juntos.
Nos imaginamos de nueva cuenta conjugando el
“nosotros” en todos los tiempos posibles, recreando los escenarios en donde la
longevidad de nuestros cuerpos sería el reflejo de las batallas ganadas y otras
tantas perdidas en el campo de la vida. Nuestro cabello desaliñado y los ojos
hinchados al despertar, mostrándonos así, tal cual somos y solíamos ser; el dulce
beso de bienvenida al volver a casa después de un día agitado. Nuestros viajes,
las salidas al campo, algunos domingos de futbol y las matinés sabatinas con
los niños, nuestros hijos, de quienes ideamos sus rostros pensando a quién de
los dos se parecerían, pensando en qué nombre les pondríamos y decidiendo si
sería buena idea tener una sala de videojuegos para ellos. Quizá alguna
mascota, aunque él piensa que es alérgico a los gatos y yo a los perros.
Inventamos la arquitectura y la decoración de
nuestro hogar, con una fuente en el amplio y hermoso jardín, en donde
pudiéramos meditar tranquilamente por las mañanas ó saludar a los astros en las
noches despejadas. Tendríamos un estudio de pintura, con un gran ventanal
y olor a incienso que serviría para inspirar algún típico paisaje de invierno.
Ingeniamos dónde colocaríamos su guitarra, un piano y posiblemente otros
instrumentos para las reuniones con los amigos. Seguiríamos componiendo y
cantando canciones, intensas, tontas o profundas que a otros pudiesen
desagradar, tanto como las antiguas y extrañas películas que a otros aburrían,
pero no a nosotros; eso ya no importaría, pues sería nuestra guarida, cuyas
llaves serían las claves, los mensajes y secretos que sólo nosotros podríamos
descifrar, invisibles a los ojos ajenos. Sólo éramos él y yo.
Éramos nosotros, descubriendo recuerdos en algún
cajón de la alcoba, objetos que nos recordarían nuestra extraña y complicada
luna de miel, pues él prefiere el calor y yo refugiarme en el frío. El viaje en
globo y la visita a Machu Picchu, habrían sido divertidos si a él no le
incomodaran las alturas y yo estuviera en forma para escalar, aún así, pudimos
imaginarnos juntos, en la cima. Las confesiones de nuestros cuerpos húmedos
en el trayecto, con el éxtasis que provoca ganar en los juegos del amor.
Las promesas y las sonrisas al preparar la gran
fiesta, la música de fondo que guiaría nuestros pasos en una pista de baile,
reflejando nuestra historia de amor con los invitados, los obsequios, el
pastel, las palabras, el discurso, las lágrimas. Todo lo típicamente posible
que se suele hacer con un “nosotros”, la promesa de lo que no puede abarcar una
eternidad, pero si la gran posibilidad de una vida juntos.
Todo eso fue lo que rechazamos, de lo que decidimos
huir.
Desde la primera vez en que nuestras vidas se
cruzaron, había sido el momento más feliz que tendríamos juntos. Si de todos
los caminos posibles hubiésemos elegido andar por el mismo sendero, no habría
surgido la necesidad de enamorarnos de ese pequeño instante que no ha sido y
que no será, pues ya no bastaba con seguir enamorados de un pasado sin futuro,
ni de un futuro que ni en el pasado podría funcionar.
Nos lamentamos por no poder amar y perdonar lo
necesario en su momento, pues ambos hemos construido ya nuestro propio camino y
lo hemos recorrido con alguien más.
Miramos el reloj y descubrimos que era tarde. Un
abrazo efusivo y un beso en la mejilla fueron suficientes para lo que espero sea un adiós definitivo.
En el fondo sabía que tenía un poco de razón, aunque
me equivoqué en algo: no fue un encuentro con el destino, sino con la causalidad.
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